domingo, 29 de abril de 2012

Relato de Antonio Borrero Orozco, alcohólico en proceso de rehabilitación

Antonio, 4 de abril de 2012

Dormido con una pesadilla Kafkiana, que me produce un miedo y una ansiedad indescriptible. De pronto despierto, me incorporo en la cama y mientras espero que la ansiedad desaparezca, observo que no estoy en mi cama, ni en mi casa. Alargo la mano hacia la mesita de noche, buscando mis lentes, pero lo que encuentro es una botella de ginebra medio llena.

Supongo que ayer algún amigo me recogió y me trajo a su casa.

¡En menudo estado de embriaguez debía de estar!.

Ya en pie, observo enfrente de mí a una persona que tiene un aspecto débil, encorvado y triste.

 ¡Siento pena por él!

Lo sigo observando y veo una persona desaliñada, sin armonía estética, descuidado en su atuendo,andrajoso, un guiñapo.

¡Y siento más pena por él!

Sin mis gafas logro entrever a una persona escuálida, sucia, repugnante y con falta de aseo. Desde aquí llego a oler su hedor

¡Qué pena me da!

Sigo mirándolo, parado ahí de pie, sin semblante, mugriento, decrépito, acabado y con barba de varios días. Total un montón de porquería en forma casi humana, una piltrafa, desecho de la sociedad, un despojo humano, andrajoso, en la miseria, un pedigüeño, necesitado de las necesidades básicas y sumergido en un estado de precariedad extrema.

Y sigue ahí, quieto, observándome, quizás no pueda hablar. Lo distingo apático, despreocupado, descuidado, desidioso, desaseado, abandonado, zarrapastroso y en un estado de dejadez a su máximo exponente. Miro lo mejor que puedo y veo su extrema delgadez, casi anoréxico

¿Qué podría hacer por él?

Pena, pena y más pena.

Está muy flaco, esquelético, desgarbado, consumido, raquítico, enclenque, famélico, huesudo y enfermizo. Se le ve abatido, fracasado, infeliz, desvalido, mísero, indigente.

Da una sensación de repelencia repulsiva, le cara lívida, cadavérica, pálido y consumido. En un estado agónico, como implorando ayuda desesperadamente

¿Y qué puedo hacer yo?

Levanto la botella y le ofrezco un trago, pero él hace lo mismo que yo, me levanta la botella y me ofrece un trago.

En ese trasiego logro encontrar mis gafas, y ¡horror! No hay nadie delante de mí, solo está la luna del espejo del armario.

Ahora comprendo y ya no siento pena, sino miedo y pavor. La ansiedad vuelve a mí repentinamente y la única solución que encuentro es tomar un buen par de tragos de la botella. Así desaparecerá y, un nuevo día... A continuar…

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