...y su palabra se convirtió en una gran realidad
Recuerdo, cuando todavía él estaba en el hospital, que recibió una llamada de nuestro gran amigo Carlos de la Fuente. Se necesitaban urgentemente máquinas de coser para un taller que se quería montar en Oruro, con el objeto de sacar a un grupo de madres e incluso a sus hijos, de las minas de esmeraldas donde trabajaban en unas condiciones infrahumanas. Entonces, toda la maquinara de la ilusión y de la espera de muchos años comenzó a moverse, y en vida prometió que sería él mismo quien montaría los talleres allí en Bolivia, como tantas veces lo había hecho en España con las cooperativas textiles, sobre todo de mujeres.
Después se marchó a otro plano, pero aquella promesa continuaba creciendo y cogiendo forma, y siempre con el apoyo de su familia.
A través de Eloína, la presidenta de la federación de Niños del Mundo y promotora de este proyecto, llegaron unos voluntarios desde el norte de España para tomar la decisión del envío. El reto, sin Pepe, era bastante difícil porque…… ¿Quién podría poner a punto las máquinas, polvorientas y apiladas desde hace tantos años, cuando incluso muchas de las empresas que la fabricaban habían desaparecido, para encontrar los repuestos de determinadas piezas?, ¿Quién sería aquel que montaría la instalación, o incluso más difícil, enseñaría a las mujeres a trabajar con unas máquinas industriales?; ¿Se podía encontrar en una país sin tradición textil un mecánico para el mantenimiento del taller? . Primero comenzamos a buscar mecánicos por la zona, conocidos de Pepe, pero el trabajo fue en vano. Finalmente desde la Federación que preside Eloína, se encontraron todos los recursos humanos y económicos, para hacer llegar el porte a su destino: Oruro
Y cuál no sería nuestra sorpresa cuando en pocos meses recibimos las fotografías de las máquinas ya preparadas e instaladas en su taller, con su mecánico correspondiente, y con aquellas mujeres sonrientes trabajando y sacando su producción. Curiosamente, el primer pedido que les hicieron fue el de aquellos monos azules de trabajo que Pepe siempre llevaba.
Y para quien quiera creer, ¿acaso esto no era una prueba más que notoria de que la voluntad, en este caso su voluntad, MUEVE MONTAÑAS?
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